domingo, 18 de marzo de 2018

Esperanza


He atravesado océanos de tiempo 
para venir a buscarte,
esperando la llegada de ese día para contemplar
con templanza lo divino y humano
y cobijarme en el seno donde la fortuna de la vida
se hace voluntad y el hecho carne.

Donde el corazón palpita fuerte 
y la sangre se alborota.

Donde la guarida lejos de ser fría, 
cobija el calor soñado
en un tiempo remoto que no existe.

Allí donde se para todo y solo se oye  
el sonido  de tu respiración,
al unísono con la mía.

Te he buscado entre las sombras de mi soledad 
y te he descubierto en mi retina, 
ahí donde te veo sin mirarte,
estás escondida en cada latido 
y en cada marca de mi piel
que sueña con tus caricias.

He visto en ti el verbo del amor.

Donde los sueños se vuelven caricias
y las caricias amaneceres de libertad.

Eres esa luz tenue en la noche que invita al deseo,
la luna donde guardar un secreto,
el olor a incienso que embriaga el sueño.

El verbo hecho carne, la carne que invita a pecar.

Eres pecado y amor, fuego y calma, luz y oscuridad
cuando me despido por la mañana.

Donde los suspiros brotan de la melancolía
y olor a tu cuerpo envuelve 
la penumbra de mi pensamiento
hasta elevarlo al infinito y poner fin 
a la soledad de mi alma.

Eres aquel atardecer de rojos alardes, 
de armonía crepitante.

He dibujado con mis manos tu cara 
y he deseado abrazarte
con el sólo deseo de sentir 
el latido de tus sentimientos.

Y dormir hasta que la luna se esconda 
entre los rayos de oro que cubren los días.

Y te sueño de día, y te espero en la noche,
donde puedo refugiarme en tu pecho,
donde el calor de tu cuerpo lo hago mío,
ahí donde vivo, donde yo respiro,
porque eres mi luz y mi oxígeno, mi paz y mi vida,
mi alma impregnada de ti...
sólo a tu lado descansa.

TCL y FRCD

En colaboración con Francisco Ramón Camuñas Díaz. 
Gracias, amigo, por participar.